Creo que hay varias razones que explican este fenómeno. La primera y más evidente es que hay demanda para ello. Por mucho que a alguien le guste fabricar tintas, si no hay quien las compre, no habrá negocio. Las tintas se han convertido en objeto de colección y de experimento. Cualquier aficionado puede conseguir un buen número de ellas a cambio de, relativamente, poco dinero.
La segunda razón es de tipo psicológico. El estilófilo es, en muchas ocasiones, un coleccionista y el que colecciona una cosa es muy propenso a coleccionar otra. No es en absoluto infrecuente encontrar un aficionado a las plumas que también compre relojes, cuadernos, postales, lapiceros, o, en este caso, tintas. Si un objeto es lo suficientemente atractivo en sí mismo, se convierte en objeto de colección. Como los fabricantes lo saben, ofrecen preciosos frascos, atractivos colores y llamativos paquetes que terminan por convencer al potencial comprador.
La tercera razón tiene índole práctica. Dado que la estilofilia se ha apartado, en cierta medida, del mundo profesional oficial, no hay ya impedimento alguno para experimentar con todo tipo de colores y componentes ya que la mayor parte de lo que escribamos permanecerá en el ámbito privado. Esto permite satisfacer la curiosidad del usuario quien, por una módica cantidad, puede probar tonos, texturas y pigmentos que antes no resultaban prácticos. Al contrario, asistimos a un movimiento creativo de primer orden del cual son buenos ejemplos los scrapbooks, los diarios, los blogs o el viejo y entrañable epistolario escrito que vuelve a renacer. Para todo ello, la tinta y la riqueza cromática, son elementos de primer orden.
Una cuarta razón tiene que ver con la industria. Las tintas son productos relativamente baratos de producir. Cierto que hay tintas injustificadamente caras, pero, en esencia, una tinta es un artículo fácil de elaborar y a un coste muy reducido. El envasado y la distribución pueden encarecer el producto final, pero la clave de la cuestión es que el proceso está al alcance de cualquiera. Ocurre, si se me permite la licencia, como con las cervezas artesanales, que han florecido como margaritas en primavera. Todos ofrecen la suya pues, al igual que las tintas, se trata de una industria técnicamente muy asequible.
Con todos estos elementos a favor, la proliferación de tintas está alcanzando proporciones asombrosas y apenas hay semana en que no aparezca un nuevo fabricante, generalmente artesanal. A esta categoría pertenece la nueva marca KWZ, una casa polaca de Varsovia, obra de Konrad Zurawski, un estudiante de química que elabora sus productos a mano.
Zurawski comenzó abrazando la moda de las tintas ferrogálicas pero pronto creó, además, un catálogo estándar con algunos de los colores más originales e interesantes del mercado. Las tintas KWZ se han extendido como la pólvora por todo el mundo y a mis manos ha llegado un frasco de una de sus creaciones más curiosas: la tinta Honey, o miel, un color de sorprendente éxito internacional que ya ha sido analizado en diversos foros.
La tinta es fluida, no tiene tendencia a traspasar ni a ramificarse y presenta un secado rapidísimo, sin mancha. Va bien con cualquier pluma y se limpia con facilidad, sin dejar residuos. No obstante, como ocurre con todas las tintas de esta gama, conviene no dejarlas demasiado tiempo sin usar en una estilográfica para evitar la formación de sedimentos.
La Honey es una tinta que podría calificarse de híbrido entre color marrón y amarillo/dorado. Es, sin duda alguna, un color intensamente cálido y profundamente atractivo. Cuando seca, permite ver reflejos ligeramente amarillos dentro de una estructura básicamente amarronada.
La tinta presenta un fabuloso sombreado que permite, cuando se utilizan plumas de trazo grueso, disfrutar de una soberbia gradación en los tonos.
Por otro lado, basta superponer los trazos para conseguir nuevos matices y profundidad de color.
El color se diluye y clarea a medida que el trazo se torno más ágil. Con plumines muy anchos o caligráficos, el efecto es aún más visible.
Aunque se escriba con estilográfica normal, el sombreado sigue siendo apreciable. Si se hacen varias pasadas, el tono se oscurece significativamente
Incluso en papeles porosos, el comportamiento de esta tinta es muy bueno y apenas ramifica aunque tiene algo más de tendencia a traspasar.
Aunque es un color mate, su profundidad le proporciona gran riqueza de grados y matices.
El color es apto para cualquier tipo de escritura porque no resulta cansado pero tampoco excesivamente vacío o ilegible. Hace buen contraste con papeles blancos y cremas. Mantiene su tonalidad cuando seca.
El frasco de 60 ml. cuesta aproximadamente 12 euros, lo que lo sitúa en una posición intermedia entre las tintas baratas y las de lujo.
En conclusión, la Honey de KWZ es una versión moderna de un viejo color. Hay pocos marrones tan curiosos como este porque no es frecuente encontrar una combinación tan reconfortante en grados y matices cálidos. A las cualidades mecánicas de esta tinta, se une una belleza indudable que enriquecerá estéticamente nuestros escritos.